Fue también un amigo. Don Luis Sturla quien ofreció a Paula otro campo de misión.
Le propuso tomar la dirección de una escuela para niñas pobres, que él había abierto en Génova en el barrio de San Teodoro…
¿Cómo decir que no?
Reunida con sus compañeras, determinaron que irían Mariana Danero y Teresa Albino…
Era el año 1835.
Las primeras compañeras de Paula se separaban de la célula madre para formar otra nueva. Se iniciaba un proceso que, a través del tiempo, llevaría el don de Paula a varios continentes…
Entre diversos acontecimientos, las circunstancias – en las que Paula acostumbraba a leer una señal de la voluntad de Dios – le ofrecieron la oportunidad de abrir una casa en Roma.
Era el año 1841.
Fue doloroso separarse de su tierra, dejar al padre, a las compañeras, a los hermanos, a los amigos…
Por su innata timidez, tembló ante la incógnita del futuro… ¡Pero Dios la quería en Roma. El ansia apostólica era más fuerte que todo temor humano.
La empujaban la pasión por la gloria de Dios y la construcción de su Reino. El amor a la Iglesia y el deseo de recibir del Santo Padre el mandato para el servicio del grupo naciente, le hicieron superar todas las dificultades.
Totalmente abandonada en Dios, fortalecida por la confianza en El y por su grande amor, partió, a los 32 años, con dos compañeras mucho más jóvenes que ella.