Los primeros pasos

Paula habla de este deseo a su hermano José, quien se alegró muchísimo al ver cómo el Señor la invitaba a una magnífica aventura, pero sin ocultarle las inevitables y quizá grandes dificultades con las que tenía que enfrentarse.

Pero nada de esto atemorizaba a Paula.

Más tarde escribirá que “gastarse y sufrir por amor a Dios lleva consigo grandes consuelos, conforta y fortalece el espíritu”.

Ambos se aconsejaron con amigos, que compartieron y apoyaron plenamente el proyecto.

Bajo la dirección del hermano. Paula y las compañeras iniciaron un período de preparación para lo que sería su vida futura juntas.

Ninguno se imaginaba el desenvolvimiento que llegaría a tener aquella idea nacida en la juventud.

 

Caminar juntas 

En el pueblecito, sin embargo, algunas actitudes de aquellas jóvenes causaban extrañeza.

Las malas lenguas empezaron a hacer comentarios…

Algunas jóvenes se retiraron…

Con todas estas cosas, a Don José le pareció imposible continuar y trató de convencer a su hermana de que desistiese del proyecto.

Pero Paula no temía las dificultades: se sentía segura porque ella vivía apoyada sólo en el Señor.

Veía con claridad que aquella era la voluntad de Dios y se sentía capaz de seguir, incluso sin la ayuda del hermano, si las compañeras estaban de acuerdo.

Paula había comprendido el valor de caminar juntas, la fuerza de un grupo unido en torno a un ideal común.

Se daba cuenta de que el don recibido no era sólo suyo. Juntas habían sido llamadas, juntas habían empezado, juntas habían decido continuar.

Dependía de lo que el Espíritu hubiera sugerido a cada una. Consideraron el asunto a la luz del Evangelio… rezaron… y, de común acuerdo, decidieron proseguir el camino iniciado.

Don José, viendo la firmeza de su hermana, volvió a ayudarla.

En medio de estas vicisitudes alternativas, el pequeño grupo se había fortalecido y estaba dispuesto a iniciar la misión que Dios les confiaba.

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