Las amigas

Las jóvenes del pueblo deseaban en verdad encontrarse con la hermana del Párroco. Una de ellas, Mariana Danero,

logró su intento, y ambas se pusieron de acuerdo para encontrarse todos los domingos y dar un paseo por el cercano Monte Moro.

Entre Mariana y Paula se inició así una amistad que duraría toda la vida.

Pasaron muchos domingos gozando juntas de la naturaleza y hablando de su vida y de Dios…

Bien pronto otras jóvenes se les unieron en sus paseos dominicales.

Entre un paseo y una canción, en medio de olivos y cipreses, con la mirada perdida en la inmensidad del horizonte. Paula transmitía al corazón de sus amigas el ideal que llevaba dentro de sí. Juntas reflexionaban, charlaban, hacían proyectos…

El estar juntas, las conversaciones al aire libre y a la sombra de los árboles habían puesto en el corazón de cada una el mismo deseo: ser del Señor, conocer a Cristo, para continuar su misión en el mundo.

Dedicándose a la infancia, a la juventud, a las mujeres del mañana, querían contribuir a que la humanidad fuese mejor.

 

 

 

Una intuición

 

Paula creía en la posibilidad de la mujer de contribuir a la transformación de la sociedad, sea por el influjo de su acción directa, sea por el peso que tiene en la vida del hombre y de las futuras generaciones.

En aquel final del siglo XIX, la situación de la mujer había cambiado, en parte, respecto del siglo anterior: gozaba de mayor libertad de movimientos y de acción, pero esta conquista podía resultar en su contra si permanecía en la situación de retraso cultural y religioso en que se encontraba.

Era necesario, pues, darle una preparación humana y cristiana que le permitiera insertarse, con sentido crítico, en su tiempo, y la hiciese capaz de asumir nuevas tareas.

¿Cómo realizar este proyecto común?

Paula y sus amigas no tenían la dote requerida para entrar en los monasterios que entonces había.

Y por otra parte, deseaban una vida distinta.

No querían vivir aisladas en una celda, sino compartir, en pobreza evangélica y amistad, la sencilla vida de cada día: el trabajo para su sustento, la propia formación, el anuncio del Evangelio y… la oración.

No querían huir del mundo, sino vivir dentro de él, para asumir sus alegrías, sus temores, sus ansias y construir en él el Reino de Dios.

Querían constituir un grupo en el que pudiesen llevar – como cuentan antiguos recuerdos – “vida apostólica de un modo conveniente a la mujer”.

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