Un día luminoso

Una mañana temprano, al despuntar el día, cuando todo era silencio todavía y la naturaleza empezaba a llenarse de luz.

Paula y sus amigas salieron con Don José en dirección a la iglesia de Santa Clara, en San Martín de Albaro.

Allí en tomo a la Eucaristía que renueva el ofrecimiento de Jesús para la salvación del mundo, aquellas jóvenes con sus 20 años, se comprometían a entregar su vida para ayudar más y mejor a las personas de su tiempo a descubrir y creer en el Amor de Dios.

La fe invencible y operativa sería su fuerza.

Por eso se llamarían: Hÿas de la Santa Fe.

Era el 12 de Agosto de 1834, un día luminoso que pudo más que la fuerza desintegradora del tiempo.

Comenzaba así la Historia de un grupo de jóvenes a quienes la pasión por el Reino impulsaba a entregarse al servicio de los demás para ayudarles a salir de la situación de inferioridad y de explotación en que se encontraban.

Mientras las jóvenes de buenas familias tenían alguna posibilidad de instruirse, la gente del pueblo crecía ignorante y analfabeta, fácil presa de la corrupción.

Era urgente pensar en ella.

Alquilaron, pues, una casita, con la ayuda de amigos, e inmediatamente  abrieron una escuela para niñas pobres, en donde acogieron a algunas huérfanas. Pero el sitio no era suficiente para albergarlas a todas.

La vida en la casita de Quinto transcurría intensamente: oración, trabajo, para ganarse la vida, tejían en algodón y con frecuencia las sorprendía la noche todavía en la brecha…

Muchas no soportaron aquel ritmo de trabajo y la austeridad de aquella vida. Pero si algunas se retiraban, otras se incorporaban.

Jóvenes que, después de haber sido alumnas, decidían entregarse al Señor para compartir la misión de sus educadoras.

De las compañeras de la primera hora permanecieron fieles hasta el fin sólo Mariana Danero y Teresa Albino.

El grupo crecía en número pero también el campo de acción se iba ampliando.

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