Ardor apostólico y sufrimientos

En su ardiente celo acogía todo ofrecimiento al que pudiera dar respuesta. Escuelas, colegios, orfanatos, catequesis, obra de santa Dorotea, ejercicios espirituales… eran los modos concretos con los que trataba de apoyar y completar la acción educativa y formativa de las familias.

Fueron años de intenso trabajo hecho “de puntillas”, y de consuelos. Para un apóstol, anunciar a Jesús y su Evangelio es la mayor alegría.

Recorría las calles de Roma, del Estado Pontificio, de la Liguria, y más tarde de Portugal, para animar y sostener a las hermanas y anunciar el amor de Cristo. Pero también fueron años de lucha y de sufrimiento, de dolor, de muerte…

En el turbulento 1849, las hermanas de Génova fueron dispersadas, cerradas algunas casas del Estado Pontificio, amenazadas las de Roma y la vida misma de Paula…

Los fanáticos decían que la iban a echar al Tíber… y ella contestaba con la gracia que la caracterizaba, que nunca había pensado que la última agua que iba a beber estaría tan sucia…

Vivió y leyó los acontecimientos a la luz de la fe. En medio de las contradicciones del resurgir nacionalista, sufrió con Pío IX, acosado por todas partes, pero no negó su ayuda a los garibaldinos, que luchaban en el Gianícolo…  ¡Todo hombre es hijo de Dios!

En 1866 el horizonte del mundo se abre ante los ojos de Paula. Audaz misionera, acepta el riesgo de enviar algunas hermanas a Brasil.

Muchas se ofrecen en una verdadera competición de generosidad. El Nuevo Mundo tiene necesidad de obreros… “la mies es mucha pero los obreros pocos”. Paula responde con prontitud, pero experimenta toda la ansiedad de la madre que ve partir a sus hijas hacia una tierra tan lejana…

Querría irse con ellas… pero se las confía a Dios: segura de que as llevara “sobre sus poderosos brazos”, como les diría después en una carta.
Con el mismo ánimo ese año envía hermanas a Portugal, donde, por causa del régimen político, habían sido suprimidas todas las Congregaciones religiosas.

Las hermanas se vistieron de seglar y trabajaron de incógnito.

Las dificultades no hacían retroceder a Paula. Toda su vida estuvo entretejida de ellas, pero siempre prevaleció el amor: el amor a su Dios y al hombre: “Por amor de nuestro Amor todo debería ser poco”, escribía.

Llega para Paula el momento de entrar en aquellos cielos nuevos y en aquella nueva tierra de los que, durante toda su vida, había tratado de construir y anticipar, ya aquí en la tierra…

Era el 11 de junio de 1882. Terminaba para Paula la etapa terrena: pero el don que ella había recibido continúa desenvolviéndose, por el dinamismo del Espíritu que lo había suscitado, animado y, todavía hoy, lo sostiene y vivifica.

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